Por Carolina Llorente Dobbs, psiquiatra y académica de Psicología, Universidad Andrés Bello Concepción
El tabaquismo es un hábito basado en la dependencia a la nicotina y al igual que cualquier otra adicción tiene asociadas consecuencias negativas.
El hábito tabáquico también está relacionado con las principales enfermedades crónicas no transmisibles que son las epidemias del siglo XXI, como son la diabetes, cáncer, hipertensión arterial, patologías cardiovasculares, respiratorias crónicas y mentales. Es el factor de riesgo común a todas ellas.
En el caso de la salud mental se trata de una relación bidireccional: quien tiene una patología mental tiene más riesgo de adquirir el hábito tabáquico y quien fuma tiene mayor posibilidad de desarrollar patología mental.
Además, el fumar, en general, empeora la evolución de un cuadro psiquiátrico, mientras que el dejar de fumar mejora la sintomatología (ansiosa o depresiva) en un paciente con enfermedad mental.
En reiteradas ocasiones se ha asociado el uso de tabaco al alivio de la ansiedad, sin embargo, es clave entender que, si bien esto está presente y puede representar un respiro momentáneo, se ve opacado por la pronta ansiedad por los síntomas de abstinencia al tabaco, lo que en el fondo refuerza la conducta adictiva. Sumado a esto, se ha demostrado en estudios que el hecho de dejar de fumar alivia síntomas ansiosos y depresivos a mediano plazo en pacientes.
En cuanto al perfil del fumador, diversas investigaciones revelan que los fumadores tienden a ser más extrovertidos, ansiosos, tensos, impulsivos en comparación con los exfumadores y con los no fumadores.
El hecho de Fumar se asocia a las condiciones de personalidad adictiva: son personas enfocadas en metas a corto plazo, tienen baja tolerancia a la frustración y buscan soluciones fáciles (que se representan en el uso de alcohol y drogas). Además, tienen baja capacidad para demorar la gratificación y suelen presentar de forma constante ansiedad y estrés.
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