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Investigadores encuentran una nueva pista sobre lo que llevó a la desaparición del megalodón

El extinto animal megalodón, uno de los tiburones más temibles que jamás haya existido, no era el asesino a sangre fría que se supone que era, al menos no literalmente.

A través de un análisis de dientes fosilizados, científicos han descubierto que el extinto tiburón era parcialmente de sangre caliente, con una temperatura corporal de alrededor de 7° Celsius más cálida que la estimada del agua de mar en ese momento, según un estudio publicado la semana pasada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

«Encontramos que el megalodón tenía temperaturas corporales significativamente elevadas en comparación con otros tiburones, consistente con que tiene un grado de producción de calor interno como lo hacen los animales modernos de sangre caliente», aseguró Robert Eagle, coautor del estudio.

Los estudios sugieren que este rasgo distintivo desempeñó un papel clave en el tamaño aterrador del antiguo depredador y su eventual desaparición.

Y es que, para un animal tan grande, tener que usar tanta energía constantemente para regular su temperatura corporal pudo haber contribuido a su extinción a medida que su ecosistema y el mundo cambiaba.

De acuerdo con el investigador Kenshu Shimada, «un cuerpo grande promueve la eficiencia en la captura de presas con una cobertura espacial más amplia, pero requiere mucha energía para mantenerlo».

«El nuevo estudio es consistente con la idea de que la evolución de la sangre caliente fue una puerta de entrada para que el gigantismo en el megalodón se mantuviera al día con la alta demanda metabólica», agregó.

El momento de la extinción de los megalodones coincide con el enfriamiento de la temperatura de la Tierra, dijeron los investigadores.

Se dice que el Otodus megalodon, también conocido como «tiburón megadiente», medía al menos 15 metros de largo, fue uno de los mayores depredadores marinos del ápice desde la era Mesozoica y se extinguió hace unos 3,6 millones de años, según Robert Eagle.

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